La mala fama de las serpientes y su valor ecológico insustituible

Chironius montícola - cazadora verde

«Especies poco carismáticas» es una definición que se hace para estos animales, algunos de los cuales pueden representar un riesgo para la vida humana, pero cuyo valor ecológico es fundamental.

En un recorrido reciente en busca de serpientes para estudiar, Juan Manuel Daza Rojas caminaba con un guía local en Murrí, municipio de Frontino, occidente de Antioquia, quien le contaba sobre una especie muy temida por los campesinos, a la que llaman ‘mataganao’, por la supuesta letalidad de su veneno.

«La vimos casi de noche, cuando estábamos pasando una quebradita, y el guía casi se desmaya. Yo fui, la capturé y él no creía, vimos que era una falsa coral, no venenosa. Es agresiva sí, pero no era la fama que la gente de la zona le estaba haciendo», relató este profesor del Instituto de Biología de la Universidad de Antioquia y director del Grupo Herpetológico de Antioquia.

Como a la ‘mataganao’, a muchas serpientes les ocurre algo parecido: las personas tienen malas ideas sobre ellas. «En parte, esto se presenta porque en algunas culturas se les asocia con un animal maldito, se escuchan cualquier cantidad de mitos de ellas. A veces es difícil acabar con esas creencias tan arraigadas, por eso nosotros debemos decir las cosas con base en lo aprendido a lo largo de tanto tiempo, confrontar a la gente de manera educada, pero firme», aseguró Jaime Andrés Pereañez Jiménez, coordinador del Grupo Toxinología, Alternativas Terapéuticas y Alimentarias de la UdeA.

 

Chironius montícola - cazadora verde
‘Chironius montícola’, cazadora verde o de montaña/Luis Esteban Alzate.

 

¿Quién hace más daño?

Precisamente en un documento del Instituto Nacional de Salud —INS— de 2018, cuando se presentó el Programa Nacional para la Conservación de las Serpientes, se indica que la mayor amenaza para estas especies son los humanos. Cada año, afirma el texto, mueren en Colombia alrededor de 109 000 ejemplares, en su mayoría por ataques de campesinos y otros trabajadores del campo, el 47 % de la pérdida anual.

Otro factor muy importante en la desaparición y reducción de poblaciones es la deforestación y la expansión de las fronteras urbanas, que llegan casi al 53 por ciento de las muertes anuales de serpientes. En menor medida, los accidentes por tránsito vehicular, el tráfico ilegal de fauna y la recolección de ejemplares con fines científicos, que en su conjunto son apenas el 0,006 por ciento.

En el caso contrario, es decir, afectaciones de serpientes a seres humanos —accidentes ofídicos—, el INS tiene registros recientes de unas 5000 mordeduras por año, es decir, unas 100 por semana, según los datos recopilados por el Sistema de Vigilancia de Salud Pública.

Las cifras dejan claro que la mortalidad relacionada con estos casos varía entre 0.04 y 7.6 por ciento, según la densidad poblacional de seres humanos de la región donde se presenta. Antioquia es el departamento con mayor número de accidentes ofídicos desde 2004, cuando se empezó un registro confiable en el país. En promedio, representan el 14,8 por ciento de estos casos, seguidos por Bolívar (6,5 por ciento) y Norte de Santander (5,5 por ciento).

Por esto, los investigadores de la Universidad de Antioquia insisten en la necesidad de educar a la población en general para aprender a convivir con las serpientes. «La cantidad de estos animales que mueren cada año es extremadamente elevada, en especial por la ignorancia de la gente», afirma el profesor Pereañez Jiménez.

El académico indicó que, desde el serpentario de la UdeA, adscrito al Grupo Toxinología, Alternativas Terapéuticas y Alimentarias, se adelantan desde hace varios años programas de educación para escuelas y colegios, así como para docentes y personal del área de la salud en Antioquia.

«Esto lo dividimos en dos partes: la primera es la bioecología de las serpientes, es decir, aprender sobre su vida en el entorno, la importancia para el control de roedores y otros animales, incluidas otras serpientes. La segunda es la epidemiología del accidente ofídico, que está más dirigido a los profesionales de la salud que deben atender estos eventos», anotó.

El Grupo también hace pedagogía por fuera de su sede en el barrio Prado, en Medellín. Asesora a empresas en zonas rurales, donde llevan especímenes y un aparato capturador, para capacitar a las personas en su manejo.

Pereañez recomendó que, si se encuentra una especie, «bajo ninguna circunstancia se manipule, solo hacerlo cuando sea necesario y con todo el cuidado para el animal y seres humanos».

«Hay que enseñar que son un componente fundamental de la biodiversidad y entender también los miedos que la gente tiene. Uno como biólogo no puede entrar en conflicto con las personas, porque es indiscutible que hay serpientes que causan la muerte, pero sí puede orientar sobre cómo convivir con ellas», dijo Juan Manuel Daza.

 

Bothriechis schlegelii, cabeza de candado o víbora de pestaña.
‘Bothriechis schlegelii’, cabeza de candado o víbora de pestaña. Es venenosa/Luis Esteban Alzate.

 

Falta más investigación

El profesor Daza aseguró que, «aunque conocemos en buena medida las especies que habitan el Valle de Aburrá, el conocimiento de sus dinámicas poblacionales y muchos aspectos de su biología y distribución es casi nulo», pero desde hace varios años se está trabajando para llenar esos vacíos.

Muestra de ello es que en 2019 miembros del Grupo de Herpetología, en conjunto con investigadores del CES y de la Corporación Ruta Natural Colombia, editaron un catálogo sobre las serpientes que hacen presencia en el Valle de Aburrá.

«Allí está el 11 % de las que hay en el país. Puede haber cerca de 30 especies, en una zona heterogénea, con tierras entre los 1.200 y 2.900 metros de altura sobre el nivel del mar, lo cual hace que sea una zona propicia para que haya una gran representación de este grupo», indicó Daza.

En Colombia, según el documento del Programa Nacional para la Conservación de las Serpientes, se estima que hay algo más de 270 especies, de las cuales el 18 por ciento —cerca de 48— son venenosas y solo cinco de ellas representan un riesgo elevado para la vida de las personas.

Por eso, diversas entidades, encabezadas por el Ministerio de Ambiente, trabajan en este programa nacional que busca disminuir la presión sobre las serpientes, que aunque no son tan carismáticas como otros animales, son muy importantes para los diferentes ecosistemas del país.

 

Diferenciación necesaria

Tanto los términos ‘culebra’ como ‘serpiente’ les sirven a la mayoría de las personas para referirse a los ofidios, que es el término más técnico.

Culebra y colúbrido son palabras que tienen la misma raíz, pero no necesariamente cuando se habla de la primera se hace referencia al segundo. Los colúbridos son una familia de las serpientes que generalmente no tienen veneno o, si lo tienen, no representa un peligro para el ser humano.

Algunas no tienen colmillos o lo tienen en la parte de atrás de la boca y no alcanzan a inocular el veneno a los seres humanos.

 

La lucha de las entidades ambientales


El Área Metropolitana del Valle de Aburrá desarrolla un trabajo pedagógico para que los ciudadanos sean respetuosos con estos animales.

«La parte urbana es un ecosistema humano que también es propicio para otras especies. Cada vez hay más personas que buscan vivir en zonas verdes dentro de la ciudad y crean con ello lugares propicios para los roedores, que atraen a serpientes que se alimentan de ellos», explicó el biólogo Víctor Vélez, del Área Metropolitana.

Del 1 de enero al 15 de abril de 2021 esta entidad había rescatado siete boas, de las cuales reubicaron seis y una murió, por llegar en mal estado de salud. También recuperó una falsa coral (asentada en una zona natural) y 11 cazadoras, de las cuales fueron liberadas cinco; tres estaban en proceso de readaptación y tres murieron.

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