Huesos, si no es bueno para ti, tampoco lo es para tu perro

Hueso mandíbula

Adrián Romairone Duarte, veterinario, nos explica en este artículo las consecuencias de dar a nuestros perros determinados tipos de huesos y por qué no debemos hacerlo.

Comúnmente se asocia al perro con el hueso, al igual que el gato con el pescado y a ambos con el cuenco de leche, como si fuera lo más propio y delicioso para ellos. Un veterinario, generalmente opinará que lo mejor es no dar ningún hueso al perro, aunque lo más recomendable es no dar huesos de ciertas especies, de cierto tamaño en relación con el perro o ciertos fragmentos óseos en concreto por su forma o su constitución, ya que pueden astillarse o encajarse con más facilidad, pero respetando estas indicaciones generales, cualquier perro debería poder disfrutar de un buen hueso, bajo la atenta mirada de su propietario.

Por lógica disquisición, el perro doméstico, no caza, no desgarra sus presas, no ingiere primero las partes más blandas, llegando a la saciedad y despreciando los huesos. El perro tiene la gran desventaja evolutiva de estar al lado del hombre, lo cual le ha transformado en un receptor de comida y en una máquina de digerir alimentos.

 

El perro no debe ser el receptor último de las sobras de la comida en casa. Si no es bueno para ti (huesos, grasa, cáscara del queso, etc) tampoco debe serlo para él. Quizás lo más ilustrativo sería decir:

“El perro no es el cubo de basura, es tu perro”

 

Hueso mandíbula
Extracción, tras sedación, del fragmento óseo encajado en la mandíbula del ejemplar anterior. La forma del hueso circular o ‘en caña’ ha facilitado totalmente que el fragmento se encajara en la mandíbula.

 

Si a un perro se le ofrece un trozo de carne y oculto en su interior un hueso, se lo come, de la misma manera que lo haría con otro elemento oculto, pero, si se ve obligado a desgarrar o morder por el tamaño del bocado, utiliza su dentadura primitiva, y por acción lateral de los premolares y molares, corta y tritura para formar un bolo facilmente digerible. Luego, el perro doméstico, puede disfrutar con los huesos, siempre que el tamaño del mismo le obligue a ejercer la acción completa de masticación y no pase directamente a la deglución.

Se deben tomar una serie de precauciones a la hora de dar huesos al perro. No deben comer huesos astillables, como los de conejo, o vertebras de corderos, porque las aristas de los mismos son potencialmente peligrosas. No se deben facilitar huesos circulares (trozos caña) porque se le pueden encajar en la mandíbula, como el caso descrito. Por supuesto, comer carcasas de pollo como alimento exclusivo, no es lo más idóneo porque la materia fecal resultante es de dificil tránsito intestinal, sobre todo en animales sedentarios o muy viejos, aparte de cumplir todos los requisitos de un alimento muy poco nutritivo.

La alimentación con restos de animales (cocinados o crudos) , sobre todo aquellos con huesos astillables (pollo, otras aves, conejo), puede conducir en el caso de los caninos a la aparición de obstrucciones faríngeas propiamente dicha o a incrustaciones de astillas o restos óseos en los espacios interdentales.
Ante un cuadro de salivación excesiva, nerviosismo y taquipnea, siempre debemos sospechar de un posible cuerpo extraño.

En el caso de huesos, que generalmente son facilitados por el dueño es muy fácil afianzar las sospechas mediante una correcta anamnesis. Está indicado una exploración normal y profunda de la boca, en ésta última se requiere sedación, una palpación exhaustiva de la zona del cuello y radiografía torácica o toracoabdominal.

 

Autor: Adrián Romairone Duarte

Fuente: Diagnosticoveterinario.com

 

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