En ocasiones me preguntan si a un gato se lo puede llevar a pasear con correa como si fuera un perro.
La respuesta es sí, siempre y cuando a él le agrade. De lo contrario, en el futuro puede ser motivo de problemas de conducta, entre ellos diferentes formas de agresión, miedos, ansiedad…
Si el dueño desea llevarlo de paseo es fundamental acostumbrarlo desde cachorro a tolerar un pretal, a caminar al lado del propietario, y a no asustarse con el ruido y movimientos de la calle. Seguramente distintas personas se acercarán para acariciarlo y esto no debe generarle temor.
Pero es importante recordar que el gato no es un perro pequeño. Es un compañero de vida diferente con características comportamentales propias.
Su tamaño, movimientos, temperamento y necesidades son distintos a los del canino o el hombre. Estos últimos pertenecen a especies sociales y el gato es principalmente territorial.
El felino se relaciona afectiva y estrechamente con el espacio en el que habita. Además, necesita que su lugar esté organizado y en equilibrio constante para sentirse bien, y tiende a no modificarlo salvo casos de extrema necesidad.
Cuando hay cambios en el ambiente que lo rodea, aunque sean pequeños, puede verse afectado su bienestar y, en consecuencia, modificar su comportamiento.
De todas maneras es importante recordar siempre que es mucho lo que se puede hacer para preservar un estado emocional saludable en el animal.
Los humanos que convivimos con un gato, frecuentemente modificamos la casa sin tener en cuenta su opinión, ya que “Don Gato”, y con razón porque vive con nosotros, también se siente su dueño.
Nunca le preguntamos si le importa que se cambien muebles, pinten paredes, o vengan personas u otros animales a quedarse unos días en el hogar. A este compañero de cuatro patas no le damos ni voz ni voto en las decisiones, cuando en realidad estas cosas de nuestra vida diaria lo afecta mucho más de lo que suponemos.
En consecuencia, comienza a estar irritable, asustadizo, aumenta el marcaje con las uñas o con su cuerpo, o puede orinar o defecar afuera de la bandeja sanitaria cuando antes no lo hacía.
Algunas de estas conductas suelen enojar al propietario quien lo castiga para corregirlas, empeorando aún más el malestar del gato y sus comportamientos inapropiados.
Aunque pareciera que estas malas conductas comenzaron de un día para el otro, no es así. Es como si fuera un vaso que se va llenando gota a gota hasta que el agua se derrama.
Cada gota es un signo que indica que el amigo gatuno no está bien y necesita la ayuda de un médico veterinario especializado en medicina del comportamiento (etología clínica), para descifrar lo antes posible que le sucede, y así evitar que su estado emocional empeore y desarrolle en consecuencia una enfermedad conductual cuyo tratamiento llevará más tiempo.
El comportamiento del felino adulto depende de la genética; de cómo, dónde y por quien fue criado y educado; de lo que aprendió y aprende a diario; y de lo que le sucede todos los días de su vida, ya sean estos hechos placenteros o no.
Para compartir los días con un gato con “gatolidad agradable” (entiéndase “personalidad” pero en esta especie ya que no son personas) se requiere comunicarse adecuadamente con él y educarlo desde que llega al hogar, mediante un mensaje claro y preciso que no le genere miedo o ansiedad.
Desde pequeño es necesario brindarle un ambiente variado, dedicarle tiempo compartiendo caricias y juegos adecuados, acostumbrarlo a distintas situaciones para evitar que más tarde estas sean amenazantes o atemorizantes para él, y darle los cuidados necesarios para mantener su salud física y comportamental.
El respeto como especie diferente a la humana, el buen trato y la comunicación adecuada preservan su estado de salud emocional y posibilitan una buena convivencia.
Es necesario no olvidar que el bienestar del gato se refleja en su buen comportamiento.
Autora: Dra. Silvia I. N. Vai
M. V. Especialista en Etología en pequeños Animales CPMV
Web: www.aamefe.org